Edad Femenina

El cuerpo humano no es eterno y los cuidados que se merece no son para que nunca muera, sino para que se conserve bien en el trascurrir del tiempo. Todo depende de la genética y la forma de vida de las personas. En la mujer, además del propósito de verse bien, lo cual es una expresión natural de su coquetería, se busca bienestar general, condiciones óptimas para la procreación y consistencia para criar a los hijos y atender el hogar. Prevenir las enfermedades que pueden heredarse de la familia, comer sano y hacer ejercicios, son tres elementos claves en la meta de que el cuerpo cambie, pero siempre positivamente.
No obstante, con el avance de la edad, el organismo sufre alteraciones inevitables que se plasman en el cuerpo, en la piel, en el cabello y en el rostro. En un entorno donde la imagen toma un papel fundamental en todos los tipos de relaciones, las personas viven por y para su físico. Del mismo modo que internamente el organismo sufre un deterioro inevitable, el exterior también padece las consecuencias del envejecimiento. Ni las operaciones estéticas tienen el poder de frenar aquello que más miedo da a muchas mujeres, y también a hombres: envejecer.

¿Cómo cambia el cuerpo de una mujer con los años?
¿Cómo cambia el cuerpo de una mujer con el tiempo?

Ante esta realidad, los expertos siempre recomiendan conocer los cambios en el cuerpo y aceptarlos, a fin de poder vivir en buena sintonía con él sin rechazarlo. Algunas de las transformaciones que se presentan visiblemente, son las siguientes:

De 20 a 30 de edad: El cuerpo está en constante desarrollo y crecimiento, todo es progresión y no hay signos de deterioro. En esta etapa las dos palabras claves son sexualidad y curvas. Esto quiere decir que la naturaleza prepara a la mujer para que sea madre y, por ello, es más probable que su apetito sexual sea (casi) insaciable, así como también que los períodos menstruales se regularicen en relación a lo que ocurría en la adolescencia. Sin embargo, llegados los treinta años de edad, el cuerpo inicia su proceso adverso de regresión, cuyos primeros indicios se comenzarán a dar muy sutilmente. Hay pequeñas zonas que, en caso de no cuidarse específicamente, pueden comenzar a mostrar signos de deterioro. Éstas son las ojeras, que aparecen como sinónimo al estrés, a las pocas horas de sueño o a las malas dietas. También pueden aparecer los primeros “rollitos” a causa de no seguir una dieta equilibrada y tener una vida sedentaria.

De 30 a 40 de edad: Llega la década de empezar a cuidarse a consciencia, pues es el período en el que el proceso de envejecimiento se activa y el cuerpo muestra ya claros signos de desgaste. Éstos se plasman principalmente en la forma de la figura, en la piel, en el rostro y en el cabello. En efecto, es el momento en el que empiezan a aparecer las primeras canas debido a que el cuerpo disminuye la producción de melanina, y cuya aparición se acentúa con el grado de estrés. La falta de pigmentación también afecta a la piel provocando la aparición de manchas con más facilidad. Además, en esta década la dermis se vuelve más fina debido a la pérdida de células y colágeno, suponiendo los primeros signos de flacidez y arrugas. Asimismo, la grasa se tiende a acumular en el cuerpo, suponiendo las primeras transformaciones de la forma física.

De 40 a 50 años de edad: Todo lo que había comenzado a manifestarse en la década anterior, se intensifica en ésta. Cada vez el cuerpo acumula más grasa debido a que el metabolismo se ralentiza. La grasa se deposita cada vez más en estómago y caderas; las arrugas, surcos y machas se intensifican por la falta tanto de vitaminas A y E –que mantienen la elasticidad de la piel junto al colágeno- y de melanina. Además, es un período de cambios hormonales para las mujeres en tanto se comienzan a apreciar las consecuencias de la  pre- menopausia. Más allá de la inestabilidad emocional, la falta de estrógenos a nivel corporal provoca la distensión paulatina de los pechos.

De los 50 a los 60: La madurez absoluta llega a partir de la cincuentena y esto, junto a todo lo anteriormente descripto, supone otras consecuencias. El cuerpo cada vez está más débil y segrega cada vez menos sus propios nutrientes, lo que concluye en una fragilidad de varias zonas del organismo. Una de ellas son las uñas, que se tornan quebradizas y amarillentas. Además, el cúmulo de grasa conlleva a un aumento de peso que en las mujeres es hasta los 65 años, condicionado también por la menopausia. Llegados a los sesenta el deterioro se hace lento y se limita a la pérdida de masa muscular y al desprendimiento de la piel, por lo que es el momento óptimo para no dejar de lado una constante actividad física.

A partir de los 60 años de edad: El cuerpo se estabiliza, los folículos pilosos disminuyen en tamaño (no más depilación) y los cambios son más externos que internos.

No hay comentarios

Dejar una respuesta